3.2.2.1.1

Siempre la misma historia: el sonido de alguien acercándose te paraliza por completo. Después de unos instantes, el extraño también se detiene, probablemente a unos pocos centímetros de la puerta de entrada. Cuando la espera se te hace insoportable, gritás. 

—¿Quién está ahí?

Se te ocurre que tal vez el tío Alfonso apareció, y eso te genera una mezcla de alegría (por su supervivencia) y tristeza (porque te quedaste sin casa y sin fortuna). Sin embargo, la persona que atraviesa el umbral te desconcierta por completo. Se trata de un hombre de ojos amables, barba blanca, camisa celeste arremangada y un gorrito de lana rojo en punta. La imagen que se te viene a la mente es la de un viejo cazador de ballenas. 

—Vos debés ser la sobrina de Alfonso. Pensábamos que ibas a venir eventualmente, pero esperábamos que entraras por la puerta principal.

Te extiende una mano ancha y curtida por el sol que, en tu sorpresa, no atinás a estrechar.

—Me presento. Soy Tomás Bigley. Trabajo con tu tío desde hace varios años.



Vas recuperando el habla, y preguntás.