3.2.2.2

El disco puede esperar. Las que no pueden esperar son tus vías respiratorias, que te instan a abandonar el encierro de esa buhardilla cuanto antes.

Salís al pasillo del primer piso, un corredor angosto con iluminación casi nula, en el que un empapelado precámbrico de tonos oscuros y una docena de cuadros de naturalezas muertas y cornucopias incrementan la sensación claustrofóbica que de repente te invade.  Achinás los ojos para ver mejor y te da la impresión de que esas peras opacas y esos racimos de uvas polvorientas están rodeados de enjambres de moscas.

Si fueras germofóbica te habrías desmayado sobre el alfombrado de las escaleras imaginando el festival de ácaros que flota tras cada paso y la población de bacterias que se arremolina en la penumbra. Pero un par de estornudos basta para propulsarte hacia la planta baja.

Finalmente, llegás al living-comedor, y está tal cual lo recordabas, pero mucho más mugriento. El único detalle diferente lo aportan las ventanas, cubiertas de hojas de diarios.

Antes de que existieran documentales sobre el tema, tu tío ya era un exponente bastante conocido —a nivel local— del neurótico "acumulador". Por eso no te extraña que la mesa de roble, que enorgullecería a cualquier ama de casa, esté ocupada por frasquitos vacíos minuciosamente organizados por tamaño y color, cajitas de fósforos, revistas amarillentas, caracoles y sobres de cartas. Las carpetitas que alguna vez adornaron el sofá de tres cuerpos —que en otros tiempos era de un vivo color damasco— ahora están sepultadas bajo una serie de objetos exóticos: máscaras de coco, pipas de agua y sombreros de distintos países. Y por si fuera poco, del techo cuelgan cinco pájaros disecados que se mecen sutilmente. No podés reprimir el recuerdo del lamentable episodio en que te diste cuenta de que los tres canarios de tu tío, que el verano anterior cantaban como locos, yacían muertos en su jaulita. Habían pasado días, y Alfonso no parecía interesado en sacarlos de ahí.

Todavía te estás estremeciendo por esa imagen cuando sentís un ruido que viene del interior del aparador de vasitos y botellitas de licor.

Vacilás antes de acercarte. Te frena la posibilidad de encontrarte con algún tipo de roedor: un ratón, una laucha, una ardilla, un jerbo, un carpincho... Podría haber cualquier cosa en este desorden. 


Si te esforzás por ignorar los ruidos y buscar entre los papeles acumulados la escritura de la casa, pasá por acá.

Si revisás el aparador, por acá.