Pasa el tiempo; no lo medís por el calendario sino por los cónclaves y las ceremonias que imprimen el ritmo de tu nueva vida. Te consta, además, en la imagen que te devuelven los reflejos: sos definitivamente otra.
Un atardecer estás cruzando un paso a nivel cuando detrás de vos suenan unos gritos insistentes.
—¡Tami! ¡Ey Tami! ¡Acá! ¡Tami, no puedo creerlo! ¿Qué te pasó? Pensé lo peor. ¡Ey, Tamara! ¡Tami, me oís? Soy yo, Poli. ¡Tami, mirame! ¡Eeey! ¿Sos vos?
No entendés a quién está llamando, por qué te sigue, quién es ni qué pretende. Espiarlo por el rabillo del ojo te alcanza para comprobar que no se trata de ninguna de tus Hermanas. Te bajás aún más la capucha y corrés, rápido y lejos, doblando en cada esquina, hasta dejar la amenaza atrás y perderla para siempre.
Es la última vez que escuchás tu antiguo nombre.
FIN