La voz te tiembla, pero no dudás. Ya tuviste suficiente con Santa Lucía, el micro, el hotel, el tocadiscos, la casa abarrotada de porquerías, como para querer meterte en más cosas.
—Muchas gracias, yo llegué hasta acá. Los dejo continuar tranquilos.
Bigley asiente y te señala la puerta. Tratás de no mirar a nadie, y, fundamentalmente, te preguntás con qué cara vas a volver y decirle a Poli que la casa de tu tío está invadida por un grupo de locos con máquinas que están obsesionados con el fondo del mar.
Por algún motivo que no lográs entender, al llegar a la puerta te das vuelta, solo para ver a Bigley con una pistola en la mano. Apuntándote. A vos.
No tenés tiempo para razonar mucho más.
FIN