En ese momento, otra figura se hace presente en la habitación. Con una lata de pomelo en la mano, distinguís en seguida al chico del locutorio. Se dirige a Bigley, ignorándote por completo.
Bigley trata de calmarte de la peor manera.
Nunca entendiste por qué la gente te llama de ese modo en las situaciones más inapropiadas.
Bigley, sin embargo, sonríe. El chico del locutorio le sigue hablando de vos como si no estuvieras.
Abrís la boca, dispuesta a iniciar una pelea, pero Bigley te interrumpe.
—Sos heredera de Alfonso, creemos que tenés derecho a conocer un poco más de la vida de tu tío.
El del locutorio, que parece estar emperrado en convertirse en tu peor enemigo, acota.
—Hablaba siempre de un tal Poli. A vos apenas te mencionaba.
Le pasás por al lado, sin contestarle, y seguís a Bigley por las escaleras.