5.2.2

Ya sentís el vaho caliente que acompaña esos jadeos enfermizos y un olor intenso a sangre seca. Ignorás el temblor de tus manos y empujás la heladera, haciéndola ceder y, para tu sorpresa, caer directamente sobre el hombre-niño. No alcanza a gritar ni a articular sonido alguno: lo único que escuchás es el ruido de huesos al romperse, seguido de un estrépito de vidrios rotos. Cuando te asomás a espiar, comprobás que el cráneo se partió como una nuez. El olor que sale de los frascos rotos y el espanto (lo maté lo maté no puede ser lo maté qué hago qué hago) te obligan a salir corriendo. Te patinás en la sangre, te golpeás una rodilla y te enchastrás gran parte del cuerpo, pero ya estás en el pasillo.



Corré por el pasillo sin mirar atrás.