3.1.2.1

La casa de tu tío puede esperar. Necesitabas unas vacaciones, tomarte un descanso y salirte de todo para poder pensar mejor después; la verdad es que no te estaba yendo muy bien últimamente. Pero en la playa, frente a este mar sin bordes, las cosas y los problemitas de todos los días se ven tan pequeños… Hace bien tomar distancia. Deberías venir al menos una vez al año. O más, varias. Capaz podrías mudarte, ahora que la casa es de ustedes. Pará Tamara: no te aceleres.

Con Pepo hablan y hablan. No sabés muy bien de qué; de a ratos divagan, o dejan que las frases se deshilachen truncas, y se ríen. Un montón. Se quedan en silencio también, hasta que alguno de los dos o algo que no se sabe qué es lo rompe. Por suerte todavía tenés en la cartera un paquete de galletitas surtidas que habías comprado en el chino antes de viajar; se las comen todas, hasta las más feas. A medida que anochece Pepo te va señalando una a una las estrellas y los satélites que las cruzan. Cuando no sabe algún nombre (y no conoce casi ninguno) los inventan.

Con Pepo en el bosque
Pepo

Ya hace rato que no aparece ninguna nueva estrella y están todas fijas en su sitio cuando un destello verde relumbra a un costado, bien alto sobre el mar. Te llevás una mano a los ojos para protegerlos, pero espiás entre los dedos. El resplandor crece y se intensifica, cada vez más; el cielo entero, la espuma de las olas, el agua, la arena, tu piel, todo se enciende de verde. Tratás de moverte, pero no podés. Te parece que nada se mueve. 



Como si estuvieras dentro de una fotografía, inmovilizada, así