3.1.2bis

—Vamos por el bosque, ¿dale? Nos desviamos un poco, pero es más tranquilo.

Sin esperar tu respuesta Pepo se adentra en el bosque de pinos que bordea la playa. Vos intentás adivinar qué aspecto de Santa Lucía podría parecerle agitado, pero te rendís. Mientras avanzan entre los árboles, Pepo prende unas flores y te convida. Le sonreís. Poco a poco la caminata se convierte en un paseo. Le preguntás por unos hongos naranjas que crecen sobre los troncos, se ríen de la luz entre las hojas, te señala una rata muerta a un costado. Descubren la boca de un hormiguero y observan un buen rato los minúsculos quehaceres de las hormigas, yendo y viniendo y cargando bultos de un lugar al otro; para lograr despegarse, tapan la entrada y deshacen el encanto. Deciden bajar a la playa.

Te dejás caer y enterrás las manos en la arena tibia, feliz de estar ahí. El viento salado te despeina y te obliga a entrecerrar los ojos; adelante y todo alrededor el mar ruge y se revuelve, verde gris e inmenso.

—Che Pepo, ¿por qué te dicen así?

—Digamos que las pastillas no me pegan muy bien… O sí, no sé, según, depende. ¿Querés un poco más?



Si le das unas secas más, quedate acá.

Si te parece que así estás bien, desatate los cordones por este lado.