2.1.1.1.bis

Varias decenas de manos huesudas te empujan de un lado para el otro y con sus empujones impiden que caigas al piso. Los dedos se te clavan como garras en todas partes: entre las costillas, en el cuello, en la cara, la espalda, las piernas. Muchos terminan en uñas filosas.

—Lo primero es despojarse de las tinieblas, arrancar el falso pelaje de este mundo —prosigue la voz—. Solo la palabra ilumina y vence a la palabra, como la antorcha a la oscuridad. Solo uno es el nombre verdadero y secreto de cada ser. Hermana Sifnos, nacida y triunfante sobre el viejo nombre. Despedacémoslo y triturémoslo hasta que de él no quede nada, apenas una sombra y un disfraz. La persona no es su sombra. Hermana Sifnos, la palabra incendia, mata y purifica. Cada una tiene su misión. Hay enhebradoras, comunicantes, llamadoras, treinta y cuatro formas en total, pero una sola nombrante. Hermana, con el nombre recibimos la forma. El cenáculo de la luz ha decretado: cazadora o visionaria. Hermana, ¿qué vas a ser?

Los empujones se detienen y ahora sí, sin manos que te sostengan, caés al piso. Recobrás el aliento, te frotás los arañazos y los magullones. La venda te impide ver, pero sentís la expectativa que carga el aire. Sifnos no está nada mal, pensás, es mucho mejor que ese nombre que tanto odiás. ¿Habrás estado destinada a esto desde siempre?         



Si elegís ser visionaria, seguí acá.

Si te sentís cazadora, continuá por este otro lado.