—Uy, bueno, si no le molesta... —respondés insegura. Cuando ves que el contenido del
tupper del hombre es un par de sándwiches de milanesa completísimos, te
relajás y comés como si fuera tu última cena. Para coronar tu
bienestar, la comida le induce un sueño profundo a tu vecino, de modo
que ni siquiera tenés que recurrir al viejo truco de los auriculares.
Empezás
a cabecear cuando sentís un cosquilleo: el celular, que yace olvidado
sobre tus piernas, se ilumina con la llegada de un mensaje. Lo primero
en llamarte la atención es el número desconocido que aparece en
pantalla. El mensaje, entre lo absurdo y lo inquietante, te desorienta:
"Por favor ayudame, me quedé encerrada en el baño del micro."
No
te lleva más de dos segundos darte cuenta de que era completamente
improbable que otro pasajero tuviera tu número. Para acumular pruebas,
echás una mirada a tu alrededor y notás que no parece faltar nadie. De
hecho, no recordás que ningún pasajero haya ido al baño en todo el
viaje. Podés aventurarte al fondo del pasillo y conocer lo que te espera detrás de la puerta del baño (si es que hay algo), pero la idea te resulta bastante perturbadora. O podés asegurarte de que no sea una broma respondiendo el mensaje, aunque al hacerlo te arriesgues a que te agende un preso de algún penal ignoto.
Si contestás el mensaje, pasá por acá.
Si decidís ir directamente al baño, andá acá.
Si contestás el mensaje, pasá por acá.
Si decidís ir directamente al baño, andá acá.