1.1bis

Tus ojos tardan varios segundos en acostumbrarse a los colores del interior: el local es un caleidoscopio de luces fucsias, verdes, negras y violetas que oscurece las cosas más que iluminarlas. La segunda sorpresa es la cantidad de gente, todos concentrados en sus platos comiendo sin hablar. Mirás las mesas: no sabés si es un efecto de las luces o qué, pero realmente los cortes se ven exquisitos. La boca se te hace agua al instante, aunque no creías tener hambre. Por suerte contra la pared lateral divisás una mesa vacía. Te abrís paso entre los manteles de papel y dejás caer tu bolso y la campera empapada sobre una de las sillas.

¿Me lo cuidás por favor? Le gesticulás al mozo, un obeso inmenso de párpados pesados. Tu precaución te hace sentir tonta y citadina: nadie desde las otras mesas te está prestando atención. Paso un segundito al baño.   

Por toda respuesta el hombre asiente. Los únicos ruidos en el local son el zumbido de una tele con la imagen llovida, que solo el mozo mira, el entrechocar de los cubiertos y de las mandíbulas, la tormenta afuera. En tu camino hacia el pasillo del fondo observás los platos para elegir qué vas a pedir. Notás que solo hay carne: ni papas, ni ensalada, ni pan, nada. No te importa: no querrías comer otra cosa.



¿Apurada por ir al baño? Pasá por acá.