1.1.2

—No, gracias —le respondés al otrora encapuchado. Inmediatamente, te da la impresión de que el más absoluto de los silencios se instala en el lugar. Creés que todos los comensales te están mirando y te parece percibir algo más, aunque no podés precisar qué es lo que detectás en las miradas que te rodean: algo te recuerda la manera en que reacciona un grupo de animales cuando olfatean un invasor.

Empezás a avanzar entre mesas y sillas tratando de que tus movimientos parezcan casuales y despreocupados, pero sentís los pies pesados y cada paso te cuesta un poco más que el anterior. Consciente de los ojos que te siguen, en la desesperación por escapar de un lugar tan horrible le pisás la cola a un gato que dormía debajo de una de las mesas, y el grito de dolor, además de helarte la sangre, te da el impulso que necesitás para llegar a la puerta y salir.



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