El baño está vacío. Te encerrás en el último de los cuatro cubículos e intentás abrir el envoltorio sin romperlo. Por supuesto, fracasás; terminás de sacar el papel lo más cuidadosamente posible. Te encontrás con una caja negra de acrílico entre las manos. Sacás la tapa: ocho ampollas de vidrio alargadas, encastradas en la base de la caja, forman un cuadrado con un espacio en el centro. Cada una está llena de un líquido amarillo fosforescente. Tomás una para observarla a contraluz: en el fondo hay una sustancia negra. La agitás suavemente y el tubo se te resbala de entre los dedos.
Te agachás para intentar atajarlo pero la ampolla estalla contra el piso. La mancha negra se expande y toma la forma de una babosa larga como un dedo. Antes de que puedas reaccionar trepa por tu mano hacia el antebrazo y se te entierra en la carne. Por unos segundos la podés ver a través de la piel; después ya no. El brazo te pica.
La puerta se abre con un golpe. Un hombre alto con guantes de cuero violeta te arrebata la caja con el resto de los tubos. Vos tenés el brazo rojo de tanto rascarte, pero el bicho no sale. El extraño lo nota, guarda el arma que tiene en la mano y se va corriendo. Apenas llegás a verle la expresión de revancha en la cara. Cuando gritás pidiéndole ayuda ya se fue.
Querés sacar el celular de la cartera pero los dedos no te responden; aunque se ven como siempre los sentís duros e hinchados. Te cuesta coordinar, y después ni siquiera podés moverlos. Probás con la izquierda, pero para cuando encontrás el teléfono también esos dedos te empiezan a fallar y no lográs sostenerlo. Un frío helado te ocupa el brazo y se va expandiendo por el resto de tu cuerpo. Tratás de mover la boca y sentís la lengua muerta contra el paladar.
Te agachás para intentar atajarlo pero la ampolla estalla contra el piso. La mancha negra se expande y toma la forma de una babosa larga como un dedo. Antes de que puedas reaccionar trepa por tu mano hacia el antebrazo y se te entierra en la carne. Por unos segundos la podés ver a través de la piel; después ya no. El brazo te pica.
La puerta se abre con un golpe. Un hombre alto con guantes de cuero violeta te arrebata la caja con el resto de los tubos. Vos tenés el brazo rojo de tanto rascarte, pero el bicho no sale. El extraño lo nota, guarda el arma que tiene en la mano y se va corriendo. Apenas llegás a verle la expresión de revancha en la cara. Cuando gritás pidiéndole ayuda ya se fue.
Querés sacar el celular de la cartera pero los dedos no te responden; aunque se ven como siempre los sentís duros e hinchados. Te cuesta coordinar, y después ni siquiera podés moverlos. Probás con la izquierda, pero para cuando encontrás el teléfono también esos dedos te empiezan a fallar y no lográs sostenerlo. Un frío helado te ocupa el brazo y se va expandiendo por el resto de tu cuerpo. Tratás de mover la boca y sentís la lengua muerta contra el paladar.
"Manos de manteca, manos de manteca" siempre te cargó Poli. Nunca esperaste que tu torpeza te llevara a esto.