5bisbis

Desde la otra habitación entra una gigantona con el pelo rapado. Fisicoculturista, no hay dudas.

—Llamó Rómulo, de abajo. Dice que en el piso tres hay una piba, sola, que llegó hace un rato. Se ve que nadie la espera ni a nadie le importa mucho dónde está. —Escuchar eso te estruja el corazón: es cierto—. Sangre fácil. ¿Nos encargamos? —Tu corazón directamente deja de bombear.

—Sí, cuanto antes —dice la mujer con barbijo sin apartar la vista del microscopio—. Necesitamos más sangre limpia, nos estamos quedando sin y el huésped no cesa de reproducirse. Apenas le seguimos el ritmo.

La gigantona le hace un gesto a alguien a sus espaldas. Un hombre tan alto y grueso como ella la sigue hacia el pasillo.

—¿Otro día más? —grita histérico el hombre-niño—. ¡Ni siquiera son capaces de decirme qué tengo!

—Mire, hacemos lo que podemos. Si no quiere dejamos de tratarlo —responde nervioso el hombre, pero la debilidad se le nota en la voz.

—Sabés que no es una opción —otra vez el chillido agudo—. Y que mejor que mantengas la boca cerrada. 

El enfermero se limita a reemplazar las bolsas vacías por otras dos. Mientras tanto, la sangre va llenando espesa el contenedor a los pies del sillón. Todo este asunto no te gusta nada.



Si intentás esconderte mejor, entre el motor de la heladera y la pared, deslizate por acá.

Si en cambio te agachás donde estás, esperando que terminen el lavaje y se vayan cuanto antes, acuclillate acá.