El diablo del agua se detiene frente a vos y te habla con la voz múltiple que escuchaste en el disco. No ves ninguna boca, así que no sabés si realmente lo estás escuchando o si se comunica telepáticamente con tu cerebro. Sus tentáculos se agitan alrededor de tu cara sin llegar a rozarla. Te quedás todo lo quieta de lo que sos capaz.
—Al fin nos reencontramos. Me estaba impacientando. Yo tengo toda la eternidad, por supuesto, pero vos no. Te quedan dos de los tres deseos. ¿Qué vas a pedir, Tami?
—¡No me llames Tami! —una vez más, los nervios te juegan una mala pasada. La cara del diablo es indescifrable: no podés imaginar si sonríe, desespera, se indigna o le da todo lo mismo. Como sea, más te preocupa otra cosa: ¿cómo es eso de que se están reencontrando? ¿Ya pediste un deseo? ¿Cuándo, y qué fue? ¿Qué diste a cambio? Eso explicaría tantas cosas... Temés que si le preguntás lo cuente como un deseo, y después de haber malgastado el segundo no podés darte el lujo de desperdiciar el tercero.
—Concedido —corta tus pensamientos el diablo del agua—. Te queda uno, Tamara.
Te mordés los labios. Pensá, por favor. Es tu oportunidad de resolver todo.
Elegí bien qué vas a decir:
—Quiero cancelar nuestro pacto —y seguí por acá.
—Estoy harta de que siempre me vaya mal en cada cosa que intento. Quiero que a partir de ahora todo me salga bien —cruzá los dedos así.
—Deseo no haber emprendido este viaje nunca —entrechocá los talones de tus zapatitos por acá.