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Una molestia en los ojos te despabila. Es el sol, que con un resplandor patético entre los nubarrones, te obliga a despertarte y a recuperar parcialmente los recuerdos de la noche. Llegaste a la terminal y la encontraste cerrada e iluminada por un foquito que vertía luz sobre el único cartel que te interesaba leer: "Próximo servicio a Retiro: 9 horas".

Te habías acostado en un banco de cemento completamente empapado y habías dejado que el sueño venciera al terror, para ahora incorporarte tiritando bajo la mirada atónita de tres o cuatro viajeros.

"Siempre tenés todo hecho un bollo en el bolsillo", te reprocha tu abuela en el recuerdo mientras sacás la masa húmeda que formaron unos billetes. Te acercás a la ventanilla y te sentís más cerca que nunca de Buenos Aires y de la tranquilidad.



Con el rabo entre las piernas, volvé por acá.