La mujer del pelo multicolor, la conductora y su copiloto parecen amigas de toda la vida. Hablan con una velocidad inconcebible y en un tono tan agudo que al instante te sentís en la peluquería más cargada de humo del mundo.
Ves que se alejan de la terminal y te preguntás cómo le vas a explicar a Poli este desvío del viaje a Santa Lucía. Que se curta, pensás, quién me manda a darle explicaciones.
La camioneta frena en seco no demasiado lejos de Retiro. Reconocés el paisaje por haberlo visto alguna vez desde un tren metropolitano: es el gran predio en el que descansan cientos de containers de trenes y barcos cargueros. ¿Serán contrabandistas?
Tus tres acompañantes te conducen hacia uno de estos enormes containers colorados. La más delgada, una pelirroja raquítica con anteojos de sol, lo golpea tres veces con el puño cerrado. Pasa un minuto y una especie de persiana gigante da lugar a una abertura oscura. En el interior distinguís varias siluetas sentadas en herradura. Todas, vestidas de blanco. Y en el centro, como reinando en una corte ridícula, una figura pequeña, escuálida, vestida con harapos deshilachados. Coronan su cabeza tres o cuatro mechones opacos. Tus ojos se acostumbran a la oscuridad y lográs distinguir a Su Ilustre Majestad momificada.
Si escapás entre los containers, corré para este lado.