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No tenés manera de saber cuánto tiempo pasás gritando, golpeando y pateando la puerta. Cada tanto la desesperación te gana y dormitás, siempre apoyada contra la pared, por si escuchás algún ruido. Pero no se siente nada; ni siquiera el olor a podredumbre, de esa agua amarillenta con sanguijuelas que ahora empezás a añorar solo porque es líquida. 

La habitación no tiene ventanas. Habrías jurado que sí, pero tal vez se trataba de la otra habitación, la del principio. De a ratos te preguntás si no fue un delirio y si siempre estuviste acá, en el cuarto sin ventanas, sin agua, con un calor abrasador. Al principio lamer tus lágrimas de desesperación te brinda una suerte de alivio, muy pobre, pero ahora no podés ni llorar. Te sentís cada vez más débil y la certeza del fin ya dejó de horrorizarte; ahora te genera una indiferencia atroz.

Te arrastrás hasta la pared; con tus últimas fuerzas rasgás el empapelado y te disponés a escribir. Cuando se te parte la última uña, en la D final, te invade una vaga sensación de déjà vu, pero ya no te queda tiempo para pensarlo.



FIN