Todo es simultáneo y ocurre en un mismo instante: el maullido de terror, el impacto en tu cara, las uñas revolviéndose desesperadas contra tu piel, el dolor ardiente, el instinto ciego de proteger los ojos. ¡Te tiró un gato! ¡La vieja de mierda te tiró un gato! Tratás de sacártelo de encima, pero el animal está asustado y trata de aferrarse con todas sus patas para no caer.
—Ves. Ellos saben. Como tu tío. Igual. Ni bien te vi. Los gatos no se equivocan. Me ardía. Como un carbón. Quemarlos a todos, desde las raíces.
En tu boca se mezclan mechones de pelo atigrado y sangre. Apenas escuchás a Beba entre los gritos del gato y tus alaridos. Perdés el equilibrio, te tropezás hacia atrás y golpeás contra una estantería con revistas de crucigramas amarillentas; el gato cae con vos, prendido a tu cara, pero en cuanto tocan el piso se aleja de un salto y sale corriendo.
—Yo sabía. Raíz mala. El ojo no falla.
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Miau |
Sentís la cara destrozada y hecha jirones. No lográs separar los párpados pero creés que tenés los dos ojos ilesos. Guiándote por el tacto, te arrastrás hasta la puerta y te ponés de pie. Con tus últimas fuerzas te alejás lentamente en dirección al centro.
No alcanzás a darte cuenta de si estás llorando.
Seguí caminando para este lado.