Nunca te destacaste por tu agilidad; atesorás muchos recuerdos de infancia que consisten en mirar desde abajo a Poli, balanceándose entre las ramas de un árbol como si fuera un mono. Vos nunca lograste pasar de la segunda rama. Pero este no es momento para traumas: querés entrar a la casa, la llave no la tenés y una ventana del primer piso está abierta.
Por primera vez, las excentricidades del tío pueden ser de ayuda: al principio con un amague inseguro, pero después con movimientos cada vez más firmes, trepás por los culos de botella que sobresalen de la pared como una escalera improvisada. Te podrías resbalar y cortar un tendón: es cierto. Pero querés creer que esa Tamara, la que miraba desde abajo, quedó atrás. Sentís que con cada escalada tu empoderamiento aumenta, y cuando te aferrás al marco de la ventana lamentás mucho que no haya nadie para verte entrar triunfante.
¡Lo hiciste! Entrá por acá.