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Tardás unos segundos en reaccionar ante lo que estás viendo. En lugar del pasillo por el que viniste, te introducís en una habitación igual a aquella de la que acabás de salir. El mismo armario de madera oscura, la misma cama con las sábanas apenas revueltas (siempre te caracterizaste por tener un sueño tranquilo), incluso tu bolso tirado contra la pared. Lo único distinto es el empapelado, que está intacto.

Mirás las dos habitaciones varias veces, atontada. Volvés sobre tus pasos y entrás en la habitación que acabás de dejar, pero el olor a podredumbre del baño es tan fuerte que no soportás más que unos segundos. Ingresás de nuevo al cuarto gemelo. Ahí por lo menos la hediondez no es tan intensa. Revisás el baño para descubrir, con alivio, que la bañadera está despejada. No hay sanguijuelas ni agua estancada.

Los cuartos son iguales salvo por un detalle: el aire parece más espeso y sentís que cruzaste un portal a un microclima tropical. La pesadez de la atmósfera hace que de golpe estés agotada y arrastres el bolso hasta la cama con los ojos entrecerrados.



Tratá de resistir el sueño acá.