Aguantás la respiración y metés la panza adentro para deslizarte entre el motor y la pared. Ya lo estás logrando cuando una de las presillas de la pollera se te engancha con un fierrito de la heladera, y sin querer tu pie golpea, mínimamente, la carcasa. No hay dudas: te escucharon.
—¡Que no se te escape!
El enfermero asoma el brazo y te arrastra afuera tirándote del buzo. Enseguida se te abalanza encima la doctora y te cubre la cara con un algodón húmedo, hasta ahogarte.
Abrí los ojos acá.