La visión te hace tambalear con tanta violencia que apenas lográs aferrarte al picaporte de la puerta. El contacto con el metal te hace volver a la realidad: está caliente, tan caliente que te ves obligada a soplarte los dedos. Tratando de no mirar la bañadera, vas hasta el lavatorio en busca de agua fresca que alivie el ardor de la quemadura, pero el contacto con el metal hirviendo de la canilla te repele. Necesitás salir de esa habitación antes de morir calcinada. Es lo único que pensás mientras corrés a la puerta que da al pasillo y la empujás con desesperación. La madera caliente ofrece una cierta resistencia pero cede luego de varios intentos.
Salí corriendo por acá.