Ya perdiste la cuenta de los platos que comiste. Hace tiempo que te desabrochaste el pantalón, la remera te ajusta y te sentís distinta, más pesada y voluminosa. Sospechás que, si quisieras, no podrías levantarte ni caminar —pero estás demasiado ocupada para comprobarlo—. Por lo que llegás a ver de Jonás (su mano extendiéndose para pinchar un nuevo corte, cada vez que el mozo cambia la bandeja) él tampoco debe ser el mismo: no lo reconocés en esos dedos rechonchos, la palma mullida, la muñeca rolliza. No te interesa. Lo único que importa es tu plato y los cortes que lo vuelven a llenar una y otra vez. Todo es delicioso, cada nueva tanda te sorprende con sabores que no imaginabas ni podrías describir. Si fuera por vos, el resto del mundo podría desaparecer, ya desapareció. Seguís comiendo, masticando apenas lo necesario para no atragantarte, con el único deseo de terminar cuanto antes lo que te sirvieron para que te traigan otra cosa, y otra, y después más. ¿Para qué querrías levantarte?
FIN