1.1.1.2.2

Los cadáveres colgando, esos dobles ocupando su lugar en el micro... No comprendés de qué se trata todo esto, pero las cosas se vuelven cada vez más turbias y tus instintos te gritan que corras y se alejen de ahí cuanto antes. Tirás de la mano de Jonás y corren a campo traviesa en dirección opuesta a la parrilla, cada vez más lejos del micro. Enseguida la única luz sobre sus cabezas es la de la luna reflejada en las últimas nubes de la tormenta.

Corren sin parar, hasta no sentir las piernas, y siguen corriendo. Se patinan varias veces: el suelo está barroso. En cada oportunidad se ayudan a levantarse. Al final ya se ríen cada vez que alguno resbala, se empujan, se tiran barro.

—Vení que tenés sucio —te dice en un momento Jonás y te da un beso largo, con sabor a tierra mojada y sudor. Así y todo, te sentís adentro de una película: no podrías imaginar un beso mejor. A la distancia los miran unos perros flacos, con las costillas marcadas.

Después retoman la huida, pero caminando. Ya no se sueltan la mano.



Estás cubierta de barro pero no te importa. Seguí caminando hacia acá.