1.1.1.2.2bis

Cuando ya está amaneciendo encuentran una tapera abandonada. Dos de las paredes están semiderruidas, no tiene puerta y falta la mitad del techo, pero es un refugio. Se acuestan extenuados. Antes de dormirse revisan los celulares: ninguno de los dos tiene señal.

Los despierta el sol tibio de la media mañana, abrazados en la misma posición en la que se durmieron. Jonás te sonríe y acaricia el pelo. Pasan casi todo el día enroscados. Cuando finalmente se levantan recorren los alrededores en busca de comida: encuentran unos arbustos achaparrados con frutos amarillos y amargos, de cáscara gruesa, que enseguida les aplacan las ganas de comer. Vuelven abrazados a la tapera y miran las estrellas a través del agujero en el techo. 

Jonás es increíble, francamente adorable. En unas pocas horas descubren un montón de cosas absurdas que tienen en común: ninguno de los dos llenó un álbum de figuritas en su vida, los dos prefieren el chocolate blanco al negro, los dos odian secretamente (ya no tanto) las películas de Campanella. No tenés dudas: estás enamorada. 



¡El tiempo de la historia se acelera! Por acá.