Abrazás el paquete con la misma ternura y desesperación con
la que envolverías a un recién nacido. A tu alrededor la gente se empuja; en
algún momento te preguntás por qué tanta gente. ¿Es fin de semana largo? ¿Es
fin de semana? ¿Qué día es hoy? Intentás razonar la pregunta pero la desechás. Toda tu atención está centrada en encontrar el reloj.
La terminal está llena de relojes, pero se te ocurre que el
reloj del Profesor tiene que tener algo distintivo. Vos tendrías que mirarlo y
saber que es El Reloj. Los de pantalla gris y números como palitos digitales —tan ochentosos— no te convencen. Sin embargo, esperás un rato debajo de uno. Nada. Mirás la hora en el celular. Qué tonta, estás abajo de un reloj. Ya pasaron quince minutos.
De pronto, te parece notar que alguien te sigue. Otra ráfaga
de intuición, tu sexto sentido, como lo quieras llamar. No sabés quién; pero mirás
a tu alrededor y estás segura de que, en el cambiante mar de gente que te
rodea, alguien se repite.
Viejita de maleta bordó. Señor con bolso. Chico con morral. A
todos te parece haberlos visto antes. Pero no te pueden seguir todos, solo uno
tiene que ser el espía. Decidís dar una vuelta en zigzag para distraerlo, sea
quien sea.
Apurá el paso, hacete la distraída y seguí por acá.