Le sonreís a Jonás. Por el
modo en que los ojos se le achinan adivinás que él también te sonríe debajo de
las vueltas de la bufanda. Suben de la mano por la escalera angosta. Ves a tu
anterior vecino de viaje, roncando despatarrado en uno de los asientos delanteros.
No entendés cómo pudo dormirse tan rápido; te espanta la habilidad de ciertas
personas para conciliar el sueño en cualquier lado, en cualquier situación. Echás
un vistazo al fondo: solo un asiento doble está ocupado, en la mitad del
micro, en diagonal a la máquina de café. Jonás te aprieta la mano y avanzan por
el pasillo. A medida que se acercan dudás si enfrentar a los impostores o girar
la cabeza hacia el otro lado, revolviéndote entre la curiosidad y la cautela, pero
Jonás te tironea del brazo y le hacés caso. Se te hielan el corazón y cada una
de las venas, hasta las más finitas. Son idénticos; te ves, lo ves a Jonás, los
ves a los dos, sentados, uno al lado del otro, agarrados de las manos, los párpados
cerrados. Tan firmes y derechos los cuerpos que parecen estatuas, salvo que
respiran; y cuando les pasan por al lado tenés la impresión de que respiran un
poco más fuerte y entrecortado, como si les picara la nariz, pero es apenas un instante
y la respiración vuelve a calmarse cuando se alejan.
Jonás y vos se sientan cuatro filas más atrás, una antes del
fondo, y se recuestan en los asientos lo más abajo posible para esconderse. El
micro ya está en marcha hacia Santa Lucía, yendo a toda velocidad para
recuperar algo del tiempo perdido.
—¿Viste eso? Somos nosotros —te susurra corriéndose apenas
la bufanda de la boca.
—Sí, vi. Tengo miedo —susurrás también. Sin darse cuenta volvieron
a agarrarse de las manos, casi igual que los otros. Se dan cuenta y sonríen,
con los ojos cargados a punto de llorar. El miedo se les
nota en la cara—. ¿Qué vamos a hacer?
—No sé. Esperá que voy a espiarlos un poco más. Si no, no nos
vamos a enterar nunca de qué quieren.
—¡No! ¿Y si te ven?
—Prestame —y te saca los anteojos de sol para ponérselos él, sobre los suyos.
Se vuelve a envolver la cabeza con la bufanda y se saca el buzo. No es el orden
más lógico, pero lo hace así. Lo mirás: no tenés manera de penetrar en su
expresión—. Voy a hacer de cuenta que me sirvo un café.
Espiá lo que pasa acá.