1.1.1.2.1.1

Le sonreís a Jonás. Por el modo en que los ojos se le achinan adivinás que él también te sonríe debajo de las vueltas de la bufanda. Suben de la mano por la escalera angosta. Ves a tu anterior vecino de viaje, roncando despatarrado en uno de los asientos delanteros. No entendés cómo pudo dormirse tan rápido; te espanta la habilidad de ciertas personas para conciliar el sueño en cualquier lado, en cualquier situación. Echás un vistazo al fondo: solo un asiento doble está ocupado, en la mitad del micro, en diagonal a la máquina de café. Jonás te aprieta la mano y avanzan por el pasillo. A medida que se acercan dudás si enfrentar a los impostores o girar la cabeza hacia el otro lado, revolviéndote entre la curiosidad y la cautela, pero Jonás te tironea del brazo y le hacés caso. Se te hielan el corazón y cada una de las venas, hasta las más finitas. Son idénticos; te ves, lo ves a Jonás, los ves a los dos, sentados, uno al lado del otro, agarrados de las manos, los párpados cerrados. Tan firmes y derechos los cuerpos que parecen estatuas, salvo que respiran; y cuando les pasan por al lado tenés la impresión de que respiran un poco más fuerte y entrecortado, como si les picara la nariz, pero es apenas un instante y la respiración vuelve a calmarse cuando se alejan.

Jonás y vos se sientan cuatro filas más atrás, una antes del fondo, y se recuestan en los asientos lo más abajo posible para esconderse. El micro ya está en marcha hacia Santa Lucía, yendo a toda velocidad para recuperar algo del tiempo perdido.

—¿Viste eso? Somos nosotros —te susurra corriéndose apenas la bufanda de la boca. 

—Sí, vi. Tengo miedo —susurrás también. Sin darse cuenta volvieron a agarrarse de las manos, casi igual que los otros. Se dan cuenta y sonríen, con los ojos cargados a punto de llorar. El miedo se les nota en la cara—. ¿Qué vamos a hacer?

—No sé. Esperá que voy a espiarlos un poco más. Si no, no nos vamos a enterar nunca de qué quieren.

 —¡No! ¿Y si te ven?

—Prestame —y te saca los anteojos de sol para ponérselos él, sobre los suyos. Se vuelve a envolver la cabeza con la bufanda y se saca el buzo. No es el orden más lógico, pero lo hace así. Lo mirás: no tenés manera de penetrar en su expresión—. Voy a hacer de cuenta que me sirvo un café. 



Espiá lo que pasa acá