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Te despertás providencialmente cuando el micro está pasando al lado de un cartel que dice "Bienvenidos a Santa Lucía de los Pajonales". No suena demasiado alentador. Sin embargo, lo que capta toda tu atención es la estatua que se yergue a la derecha del letrero. Tu abuela siempre tenía una estampita de la santa en la mesa de luz, para evitarse problemas de visión; completaba su panteón personal con San Pantaleón, quien velaba por su buena salud en general, San Cayetano, para que nunca faltase el trabajo, y San Antonio, que le dispensaba lidiar con hijas y nietas solteronas. La estatua tiene el cabello largo y ondulado, una túnica blanca y los hombros cubiertos por una manta púrpura. El micro baja la velocidad por un lomo de burro y lo distinguís con claridad: en la mano derecha, un platito con dos esferas minúsculas. Los ojos, musitás. Te estremecés. ¿Qué clase de pueblo turístico recibe a los visitantes de esa manera?

Tu abuela te contó la historia varias veces. Te parece recordar que, aun sin sus ojos, la santa seguía viendo. Te das vuelta una última vez para mirarla de lejos. Te parece que te mira. Obvio.


Santa Lucía de los Pajonales
Santa Lucía de los Pajonales


Seguís mirando por la ventanilla hasta llegar acá.