En cuanto Jonás se aleja volvés a oír la misma respiración entrecortada
de antes. Ya frente a la máquina de café, Jonás gira para observar a los dobles.
La respiración se hace más intensa y audible. Jonás deja caer el vaso y el café
se vuelca sobre su ropa. Espiás por el hueco entre los asientos. Los dos usurpadores, el tuyo y el de Jonás, se miran enfrentados. Sus labios y sus narices se tocan; las bocas
se mueven enloquecidas, a toda velocidad y sin parar, como si se estuvieran
comunicando en un idioma mudo puramente táctil.
Jonás se acerca por el pasillo pero su doble se para detrás
y lo aferra por el hombro. Con el mismo envión lo hace girar sobre los talones. Lo está olisqueando, no hay duda. Lo observa. Entrecierra los
ojos, los vuelve a abrir. Algo ocurre en su cara: el cuello se hincha, los huesos
se deforman, la piel se estira y decolora; un poco más abajo el buzo se ilumina
de color violeta, se vuelve más liviano, se contrae. Enseguida el impostor vuelve a estar idéntico a su presa: la misma remera, los mismos anteojos, la misma bufanda abultándole el
rostro. Rodea la cabeza de Jonás con las manos, aprieta, parece
que va a reventarle el cráneo, pega un tirón súbito y le rompe el cuello. Jonás cae
sin vida como un muñeco, se desinfla como una funda vacía. Se te escapa un
alarido.
Tu grito se corta en seco. Reptando sobre los
asientos se aproxima tu doble. El pelo ya se le está entretejiendo en un gorro
azul con la misma consistencia y textura de la lana. Con un salto extiende los
brazos y te rodea la cabeza con las manos.
FIN