2.2.2.2.1

Definitivamente, saltar de un auto en movimiento en las películas se ve mucho más fácil y elegante de lo que en realidad es. Para variar, abrís la puerta con un movimiento torpe; el Profesor te clava una mano que parece una garra en el hombro y te ves obligada a golpearlo, con medio cuerpo afuera del auto. Creés que finalmente te suelta porque está convencido de que vas a una muerte segura. Lo que sigue pasa tan rápido que tardás un tiempo en comprender; caíste con todo tu peso sobre el pavimento. Lo que más te duele es la cadera. Debés haber amortiguado la caída con esa zona, lo que es una suerte, porque aparentemente no te golpeaste la cabeza y por eso estás acá tirada, pensando en esto.

Acá... tirada... ¿dónde? De pronto te das cuenta de que no sabés en qué calle caíste, en qué posición, ni cuánto tiempo pasó desde tu caída. Lo segundo que pensás es que tenés los ojos cerrados. Abrirlos te cuesta un esfuerzo que no estás dispuesta a hacer.

Pasa un tiempo que no podés precisar hasta que escuchás voces. Distinguís algunas frases inconexas.

llamar una ambulancia

no la podemos dejar tirada ahí

¿un celular?

Hasta que una voz desesperada comienza a tapar todas las demás.

Mi hija, mi hijita. Te encontré hija.

Quédense tranquilos, es mi hija Elisa, yo la llevo a la clínica, qué suerte que te encontré hija. No te vayas más, no vamos a volver a pelear nunca.

No sabés bien quién sos pero de algo estás segura: no te llamás Elisa, y esa voz chillona no pertenece a nadie que conozcas.



Elisa o no Elisa, seguí acá.