1.1.1.2.1.2

—Desde acá vamos a ver si bajan o qué, y me parece más seguro...

Jonás pone los ojos en blanco, pero enseguida se sienta con vos en el fondo del micro.

A medida que se alejan de la parrillita y el cielo nocturno se va despejando, te empezás a relajar. En verdad, cada vez que un movimiento del micro hace que tu hombro roce el de Jonás, sentís una repentina electricidad que recorre tu nuca y te presiona un poco el estómago. No podés creer el giro que tomó tu suerte y el tan ventajoso cambio de compañero de asiento. Al principio no sabés cómo encarar una conversación, pero muy pronto te decepciona la actitud de Jonás: ya no te devuelve esa sonrisa encantadora ni parece interesado en hablarte.

—¿Qué pensás que quieren hacer esos dos?

No solo no te responde, sino que te parece escuchar un bufido. Notás que está tirando nerviosamente de un hilito que sale de su bufanda. Hasta ahora no te habías dado cuenta de lo largas y sucias que tiene las uñas, que sobresalen resquebrajadas de las cutículas enrojecidas. El descubrimiento te hace sentir tan incómoda, que te disponés a mirar por la ventana y sacar cuentas para saber a qué hora llegarán a Santa Lucía.

Afuera la oscuridad te impide ver otra cosa más que tu reflejo... y el de Jonás, que te mira. Te sorprende el descaro con el que sus ojos siguen las curvas de tu cuello y de tus pechos, una y otra vez. Ya casi sentís su nariz en el pelo y por el vidrio ves que empieza a levantar la mano para tocarte.



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