Los primeros meses son los más difíciles. Obviamente, te gustaría poder salir y hacer tus cosas, enterarte de alguna noticia (internacional, nacional, pero más que nada, familiar), pero tu estado no te lo permite. El Profesor te visita todos los días, eso sí, y se asegura de que estés bien, además de darte tu dosis de jarabe. Nunca te animaste a preguntarle para qué te lo daba, pero sospechás que es una especie de suplemento vitamínico.
A medida que tu abdomen aumenta de tamaño, te va invadiendo una desidia que te hace olvidar regar las plantas del pasillo. Pasás los días acostada en la cama acariciándote la panza e imaginando a ese ser que se hamaca en tu interior y parece recorrerlo como una viborita.
Los días se precipitan y sabés que se acerca el gran momento. No tenés miedo, el Profesor ya te lo explicó todo: vas a sentir que algo te raspa justo debajo del ombligo, durante algunas horas. Cuando tu pequeño huésped se abra paso por entre tus tripas, todo va a terminar para vos. No vas a poder conocerlo, pero no te angustia: seguro se llevará muy bien con las demás criaturas del pasillo.
FIN