Lo primero que se te viene a la
cabeza cuando te despertás es la voz de Poli, diciéndote “qué guacha, te dormís
en cualquier lado vos”. Afortunadamente, tu capacidad para dormir en cualquier
situación sigue intacta: corrés las cortinas —llenando de polvo la
habitación— y la claridad de un día nublado invade el cuarto y te hace sentir
una tonta por haberte entregado a todos esos miedos y maquinaciones la noche anterior.
Bajás a desayunar sin ningún tipo
de expectativa, pero el Gran Hotel Marino aún te reserva sorpresas: el café es
inexplicablemente rico, y las medialunas son esponjosas. La chica que te sirve
el desayuno es bajita, morocha y no te mira a los ojos ni una sola vez. Pero
estás tan contenta con tu café con leche que apenas reparás en ese detalle.
Panza llena, corazón contento… Con ánimo renovado, salís a la calle.