3bisbis

El sonido de tus pisadas resuena en el local semivacío. El mostrador, dos cabinas y una computadora es todo el mobiliario que distinguen tus ojos una vez que se acostumbran a la penumbra. Mirás para afuera: el día está gris, pero detrás de las nubes se asoman unos rayos que iluminan la vereda. No lográs entender cómo puede estar tan oscuro el negocio.

Obviamente, no hay nadie. Le echás una ojeada rápida al mostrador: latas de gaseosa. Muchas, muchas latas de gaseosa. Ves una cucaracha paseándose entre ellas. Carraspeás. Una vez, dos veces. Aplaudís. Estás por resignarte cuando una figura lánguida, que parece haber salido de la nada, se recorta en el fondo del local.

—¿Sí? —La capucha te dificulta imaginarle un rostro, pero suponés que el propietario de esa voz cavernosa es pálido y huesudo. Los dedos largos se cierran alrededor de una lata de gaseosa.

—Sí, quería… una cabina por favor.

—No hay línea.

—¿Cómo?

—No hay línea. Hace varios días que no tenemos teléfono ni Internet.

Se genera un silencio incómodo mientras intentás procesar esa nueva información. El chico parece obligado a darte más datos.

—Después de la última tormenta se cayeron los cables, creo. No hay línea —vuelve a repetir, y se termina la gaseosa de un sorbo. La estruja con una mano y la arroja sobre el mostrador, contra las demás. La cucaracha sale corriendo y te pasa por al lado del pie.

—Bueno… ¿y no tenés idea cuándo va a volver, no?

El empleado del mes levanta los hombros. Vos te das media vuelta y volvés a la calle.



Sentate unos minutos en el banco de la plaza.