3.1.1

—No se preocupe, no me asusto fácil —obvio que estás mintiendo, pero la mueca de Vicente revela que volviste a acertar en el blanco de su susceptibilidad. Te despedís con una sonrisa. No deja de asombrarte con qué poco te divertís.

Reconocés la casa de lejos, verdosa y brillante, erizada de los miles de culos de botella que el propio tío Alfonso había ido pegando a los muros y los techos. Pero hay una novedad: está notoriamente inclinada hacia uno de los lados, como si estuviera hundiéndose de a poco en el terreno que la soporta. 

Probás distintas llaves hasta que lográs entrar. Por si acaso, contenés la respiración.



Entrá acá.