3.1.1bis

Pisás y la alfombra se hunde bajo tu pie. No hay nada de qué agarrarte, y caés. Caés y seguís cayendo, golpeándote contra los bordes irregulares del túnel, algunas salientes de material y terrones húmedos que se desmoronan a tu paso. Aterrizás sobre un suelo duro y frío, con todo tu peso sobre el tobillo. Tratás de enderezarlo, no podés. No tenés idea de cómo vas a hacer para salir de ahí, o al menos para pararte. El olor es inmundo; huele a podrido, a descomposición, a… Mirás alrededor. Está muy oscuro, pero te parece distinguir unas formas por el piso.

—Bienvenida sobrina, te esperaba. Ya me estaba cansando de esperar. Sobrina nieta, bah. Da igual.

En la oscuridad, sobre vos, se recorta la silueta del tío Alfonso. Idéntico a como lo recordás, y al mismo tiempo muy distinto. La melena plateada hasta la mitad de la espalda, las cejas despeinadas, la barba bicolor, todo igual, como si los años se hubieran detenido. Tratás de identificar qué le encontrás tan diferente. Te das cuenta: está buenísimo. La revelación te shockea —es un viejo, recontra viejo, y encima tu tío, el tío de tu mamá en verdad, o sea que tal vez —te obligás a detenerte para evitar que tu imaginación se desboque. ¿Qué te pasa Tamara? ¿Desde cuándo te gustan los ancianos, ni hablar tus familiares?

Alfonso te arrastra hasta una losa de piedra surcada de canaletas. A un costado se abre una olla gigantesca, casi una pequeña pileta, en la que desembocan esas estrías. Está llena de agua turbia y humeante casi hasta el borde, sus paredes están sucias y despide un olor nauseabundo. Sin perder tiempo, tu tío te amordaza y sujeta a la losa con varias correas de cuero grueso.

—¿Así que te gusta el bondage, Tami?

Te revolvés entre las ataduras, intentás protestar contra el apodo, pero la mordaza no te deja hablar. Jamás te hubieras imaginado que tu tío abuelo seguía tu blog.  



Sentí cómo te sigue atando por acá.