Mientras Alfonso te ata, tus ojos se acostumbran a la oscuridad y
empezás a distinguir mejor entre las penumbras. El suelo está sembrado de
cadáveres y miembros mutilados, de mujeres, de hombres, de niños, de animales,
todos mezclados y sucios. Ese es el olor que no habías podido identificar:
sangre seca y muerte. El rojo profundo lo tiñe todo. También las canaletas y la
pileta en la que desembocan.
—Ser vampiro no es como la gente cree. Lo que uno come es solo una
parte. Más importante es lo otro, el baño rojo, la renovación de la piel, la
fiesta de la carne. El resplandor. Pero solo la sangre del clan da la inmortalidad. Como sabrás, nuestra familia no fue pródiga. Tal vez debería
haber tenido críos cuando todavía podía, pero como sea... Apenas quedamos vos,
yo, y el tarambana de tu hermano, y sabía que podía contar con que alguno de
los dos viniera. —¡Oh, Poli!, pensás. Y al mismo tiempo, te maldecís por haber
sido vos la que tomó ese micro. Alfonso termina de sujetarte y contempla
satisfecho su obra—. Así que, querida Tami...
La cara se le transforma. No literalmente, pero lo humano se desvanece y se vuelve animal, ansia desatada, apetito feroz y bestial.
Te muerde las muñecas, la cara, el cuello, las piernas, el resto del cuerpo. Por
las heridas comienza a brotar la sangre, que se mezcla con el agua humeante
lista para el baño.
FIN