La pasividad que imaginabas asociada a tu nuevo rol de visionaria tiene su precio, pero tus Hermanas se encargan de hacerte sentir como la portadora de un don divino.
Cuando te sacan la venda, un círculo de caras te rodea. En sus manos, todas tienen velones amarillentos que llenan de sombras temblorosas el container. Todas, menos la Hermana Asia que, arrodillada frente a la Momia, murmura una cantinela que no llegás a escuchar. Un "crack" te sobresalta. Cuando Asia se da vuelta, ves que en sus manos tiene un dedo tan amarillento como los velones, pero mucho más arrugado y reseco. Con paso ceremonioso, se acerca a una mesita que no habías visto antes y entre varios objetos que, imaginás, estarán destinados a oscuros rituales, elige un pequeño mortero, en el que empieza a triturar el dedo momificado.
¿No querrán que me coma —¡o aspire!— esa cosa, no? Empezás a ponderar otras opciones cuando el círculo de caras se empieza a cerrar. Recién ahora notás lo que todas están recitando en un zumbido monocorde: "Ab umbra veritas".
Ya tenés a la Hermana Asia parada frente a vos, con una expresión de severidad que te llena de impaciencia. Sus manos forman un cuenco. Coordinadas por alguna señal que no percibís, las Hermanas dejan de recitar y apagan las velas al mismo tiempo que Asia sopla el polvo milenario en tus ojos.
Pestañeá por acá.