Lo último que sabés de la casa es que un empresario en auge compró el terreno para demoler la edificación y construir un complejo de pistas de skate. Por qué alguien sería tan audaz como para invertir en un pueblo de tan bajo interés turístico te resulta incomprensible, aunque tal vez menos que la idea de que una familia tipo reuniera los fondos y la fuerza de voluntad como para comprar la casa y reacondicionarla. No importa, imaginar la casa convertida en un montón de curvas de concreto no te mueve un pelo.
A la parte de la venta que te corresponde no le das un destino demasiado ostentoso —a diferencia de Poli, que no deja de mandarte fotos de sus aventuras como mochilero en Tailandia, rodeado de asiáticas en bikini y de tipos musculosos—. Iniciás un emprendimiento modesto pero próspero de diseño independiente de polleras. Hoy en día, tu alegría se mide en centímetros de tela y en cantidad de notificaciones de tu página de Facebook.
FIN